India – New Delhi

India New Delhi – EL ENTENDIMIENTO QUE NOS DA LA LEJANÍA.

FALSA PRIMAVERA EN MADRID. 

Dejé mi equipaje en la habitación, me lavé la cara y salí apresurado en busca de esa deliciosa paella que tanto extrañaba. Caminar por las calles de La Latina es realmente placentero para mí. Los cafés, las dulcerías, los restaurantes con mesas exteriores aguardando por la llegada de comensales, todo me gusta, sobre todo ver a esos grupos de amigos reunidos alrededor de unas cañitas o unas copas de vino tinto que alivianan cada sorbo con un bocadillo de panceta o una tapita de serrano. La Latina es un escape del tedio que ocasionalmente sobrepone a lo cotidiano.  

Eran pasos cargados de ansiedad, abriéndome camino entre acartonados seres que como yo, cuestionaban aquella falsa primavera, hacía mucho frío. El lugar ahora era atendido por una peruana, con la que tuve una breve y espontanea conversación mientras decidía si quería la de mariscos o la de “carnes” (en realidad de chorizo). Compré dos porciones de las pequeñas de la opción de carnes, me dirigí a la barra con vista al exterior, estaba realmente emocionado, ya quería sentir ese sabor tan lleno de nostalgia.  

AL OTRO LADO DEL CRISTAL. 

Levanté la mirada mientras degustaba el primer bocado. Al otro lado del cristal me encontré con una crudísima realidad, una mujer con un trapo en la cabeza sostenía un vasito de limosnas es su mano izquierda, con la derecha señalaba sus fracturados y resecos labios, como referenciando hambre. Fue un primer bocado lleno de desazón.  

Paré, me percaté de que, a las afueras del mercado, al otro lado de las resplandecientes paredes de vidrio, había una decena de personas mendigando, con frío y hambre. Sin duda eran extranjeros, de algún país árabe, posiblemente sirios.  

¿Será el destino, el responsable de ponernos, a la señora y a mí a lados distintos del cristal? 

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TAQUICARDIA EN OLD DELHI. 

Salí de la embajada y busqué el McDonalds más cercano. Pedí una hamburguesa de pollo que no sabía a pollo. Mientras comía empecé a calcular la distancia entre el lugar en el que estaba y Jama Masjid. 

Busco en cada viaje un momento para perderme en la realidad del lugar que es por esos días mi hogar. Con base en esta premisa, decidí ir caminando, el mapa me mostraba que estaba a no más de veinticinco minutos de mi destino.  

Terminé mi hamburguesa y empecé el recorrido. Luego de escasos diez minutos, los sofisticados edificios de Connaught Place se empezaron a quedar atrás, en su reemplazo empezaron a aparecer marchitas construcciones con fachadas decadentes, atiborradas de cables y rodeadas de basura. En la transición entre un lugar y otro la desigualdad me atropellaba. Para llegar a la mezquita, debía adentrarme en el corazón de Old Delhi, mis latidos estaban a tope, era una mezcla de miedo e incertidumbre, pasé de la comodidad a la decadencia en cuestión de minutos, y todo por voluntad propia.  

Sentí duda antes de adentrarme en la profundidad de aquel escabroso lugar. La duda era producida por un sinfín de temores preconcebidos, la mayoría asociados con mi seguridad. En el punto del recorrido en que estaba, ya absorto por el bullicio y la saturación, tenía que ingresar a un camino de callecitas estrechas que me conducirían a mi destino.  

UN TURISTA EN EL CAOS. 

Lucía MUY turista, iba con una playera que decía “LONDON” en mayúsculas, unos leggins negros con una pantaloneta azul encima y zapatos deportivos tipo running. Lo anterior sumado a mi exceso de melanina, me hicieron el foco de casi todas las miradas.  

Durante mi estancia en India, viví varios momentos en los que me sentí realmente instigado por locales que intentaban venderme de todo, desde artesanías hechas con alambre dulce hasta viajes de una cuadra en carretillas tripuladas, eran insistentes, me perseguían, me exasperaban. Estaba posiblemente en uno de los lugares más pobres de Delhi, todos me miraban, nadie me acosó. 

Cada paso al interior de ese laberinto, me conducía a un sentimiento de desesperación y agobio. Me sentía incómodamente observado, cada vez había más gente, cada vez sentía más calor, cada vez, se sentía más el peso de la existencia. El ruido y la contaminación estaban adheridos permanentemente al paisaje, las motos se abrían paso frenéticas en medio de la multitud, ese lugar era la materialización del caos.  

PALPITACIONES VIAJERAS. 

El recorrido se hizo más largo de lo planeado, me faltaba la respiración, no veía la luz. Logré salir unos cuarenta minutos después de mi partida, mis palpitaciones imitaban el compás de unas maracas. Me sentía realmente conmovido.  

India - EL ENTENDIMIENTO QUE NOS DA LA LEJANÍA. 

Jama Masjid estaba por fin ante mis ojos, el camino me cambió tanto, que ya no me interesaba entrar. Me senté en unas empinadas escaleras que me conducían a la mezquita que tanto anhelaba conocer, ahí estuve unos minutos, divisando el caos, regulando mis latidos, filosofando estupideces. No entré, me marché.  

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LA FELICIDAD SE MIDE EN KILÓMETROS. 

Soy un privilegiado, ver de cerca las realidades de ese colectivo de personas al otro lado del cristal en Madrid y los atumultuados de aquel suburbio en Delhi, me dio mucho que pensar.  

El camino está lleno de aprendizajes, al final simplemente ir, termina siendo más enriquecedor y valioso que llegar. Andar, me ha hecho recuperar la capacidad de asombro, ha hecho de mí un ser sensible y cercano a las convergentes realidades humanas. Cada vez me convenzo más de que, por lo menos en mi caso, la felicidad se mide en kilómetros, no por la exuberancia de los lugares a los que llego, sino por el entendimiento que me da la lejanía.

JUAN CARLOS PALACIOS MOLINA

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